Una foto íntima de Sara fue enviada a 50 de sus contactos, supuestamente por no pagar una deuda con una aplicación digital a la que, según cuenta, jamás accedió.

“Yo no buscaba plata prestada, no la necesitaba. Pero un día recibí una llamada asegurando que le debía 150.000 pesos a una aplicación de préstamos y que, más los intereses, debía entregar ese mismo día 200.000”, relata.

Obviamente Sara creyó que se trataba de una simple estafa telefónica de esas que son tan normales por este tiempo, en el que un desconocido al teléfono termina haciendo que un incauto le transfiera dinero. Entonces, se negó. Fue ahí cuando el desconocido envió por WhatsApp una fotografía íntima en la que Sara aparecía junto a su esposo.

La amenaza era clara: si no pagaba, esa fotografía sería enviada a sus contactos y publicada en redes sociales.

Así que Sara, sin más remedio, pagó ya no 200.000 sino 300.000. A la semana siguiente volvieron a llamarla, ahora debía pagar 600.000, y así por otro par de semanas. Sandra siempre pagaba.

Cuando un buen día ya eran 2 millones de pesos lo que le exigían, y se cansó: “Ya no tenía más dinero, estaba harta de todo, la angustia me tenía consumida y dije ‘pues que pase lo que tenga que pasar’”. Y efectivamente pasó.

Sus contactos recibieron la foto íntima y en redes sociales se regó como polvorín una supuesta foto de ella en una esquina ofreciéndose como trabajadora sexual. El texto que acompañaba las publicaciones decían que se prostituía, y que además era una ladrona, “una rata”.

“Eso me dañó la vida, ¿cómo explicarle a mis hijos lo que estaba pasando? Hasta ellos vieron la fotografía”, lamenta la mujer.

Entonces fue a denunciar ante la Fiscalía. Allá entendió que el primer pecado fue haber pagado la extorsión, porque los delincuentes siempre van a querer más.

Consignación sospechosa

Una noche, Julia recibió una notificación de su cuenta de Nequi, había recibido una consignación de $150.000.

—Ay, amor, qué pesar, quién se habrá equivocado de cuenta— recuerda que le dijo a su esposo. Ambos decidieron dejar esa plata quieta, confiados en que el propietario aparecería a pedir la devolución.

Efectivamente, recibió una llamada tres días después. El hombre al otro lado de la línea le dijo que por el préstamo que le habían hecho debía pagar 205.000 pesos. Extrañada, Julia reclamó, pero el hombre subió el tono y la amenazó, para evitar problemas, pagó.

“Solo era perder 55.000 pesos, que no es mucho para evitarse un problema”, analizó.

Sin embargo, la extorsión continuó. Cada semana el monto que le consignaban y que debía pagar aumentaba. En total ha entregado siete millones de pesos, según cuenta. Y cuando ya, reventada, no pudo entregar más plata, los extorsionistas empezaron a llamar a sus familiares, amigos y hasta a su jefe a cobrarles, porque supuestamente eran sus codeudores en un crédito en una plataforma digital.

Luego de un par de semanas en las que nadie pagó, su imagen como ladrona y estafadora rodó por redes sociales.

Pero esta pesadilla no es solo para quienes pagan, los que se niegan a entregar dinero también viven un infierno.

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