China cumplió dos años desde que cerrara sus fronteras a la mayoría de extranjeros, fijara cuarentenas de al menos dos semanas para entrar en el país y limitara el tráfico aéreo internacional a aproximadamente un 2 % del que había antes de la pandemia, sin que se adivinen grandes cambios a corto plazo.

Esta inédita decisión, definida entonces por las autoridades como “temporal” y “forzada por la evolución de la pandemia en otros países”, se ha convertido en una parte todavía indispensable de la estricta política de “covid cero” que el país mantiene vigente.

“Mi familia y yo salimos de China a comienzos de febrero de 2020. Nos pareció que lo mejor era volver a España y pasar allí un mes. Pensamos que era lo más seguro y que haríamos vida normal”, explica a Efe Enrique, un antiguo residente español en China que prefiere usar pseudónimo.

Agrega que durante unos meses trabajó para su empresa en China de forma remota hasta que finalmente tuvo que dejarlo.

Ahora mismo solo pueden entrar nacionales y extranjeros residentes, aunque los últimos rebrotes en el país, los más graves desde 2020, han hecho aumentar los controles, lo que sumado al efecto de la guerra en Ucrania sobre las rutas aéreas ha provocado que viajar a China sea más caro y más complicado que en cualquier otro momento de la pandemia.

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