En las afueras del Hospital El Tunal de Bogotá retumba el llanto de quienes no pudieron despedirse de sus familiares y adentro, el silencio rotundo solo lo rompen el sonido de los monitores y los diálogos de los médicos de las UCI que luchan por salvar a pacientes con covid-19 que cada día llegan más graves.
La agresividad del tercer pico de la pandemia, que solo en abril se cobró la vida de más de 10.000 personas en Colombia, tiene al límite a ese centro médico del sur de Bogotá en cuya entrada las familias lamentan entre lágrimas la muerte de aquellos a los que no pudieron ver por última vez.
Las 84 UCI para covid-19 del hospital están ocupadas, las 18 habilitadas para otras patologías también. Muchos de sus pacientes permanecen inconscientes y en una lucha silenciosa con los respiradores como salvavidas, otros se aferran a una esperanza que aún pueden palpar y de la que no se quieren soltar.
«Este tercer pico ha sido bastante difícil para nosotros debido a que las personas jóvenes son las que más están falleciendo y las personas ingresan con patologías en un estado muy crónico», cuenta a Efe la doctora Marisol Bejarano, que todos los días está en la primera línea de atención tratando de salvar a los pacientes más críticos.
«Antes consultaban y cuando tenían síntomas leves se les daba un manejo en casa o de hospitalización. Pero ahorita los pacientes están consultando con síntomas más graves: vienen con dificultad respiratoria, aumento del esfuerzo respiratorio», agrega la médica, que lleva más de un año atendiendo a pacientes con covid-19.
DÍAS DIFÍCILES
A lo largo de los casi 14 meses de pandemia, los médicos colombianos han tenido que tomar decisiones difíciles, vivir momentos de dolor por el fallecimiento de pacientes y tomar distancia de sus familiares para exponerlos lo menos posible al virus.
En el caso de la doctora Bejarano la situación más compleja fue el fallecimiento de una joven de 22 años a la que el coronavirus le provocó «una disfunción pulmonar bastante severa» y luego le causó «una enfermedad autoinmune».
«Era una mujer de 22 años que tenía un futuro por delante», cuenta con la voz entrecortada.
También ha tenido que dejar de ver a sus padres, algo muy difícil para ella, porque ambos «son adultos mayores y tienen sus comorbilidades».
«Siempre hay miedo de que se enfermen o les pase algo», afirma la médica y agrega: «Desde que empezó la pandemia he vivido sola y pues muy limitadas las visitas a ellos».
PACIENTES QUE RESISTEN MENOS TIEMPO EN UCI
En el Hospital El Tunal el área de hospitalización, que cuenta con 21 camas, se transformó el año pasado en una zona UCI en la que son atendidos más pacientes que se debaten día a día entre la vida y la muerte por la covid-19.
Como en el resto del centro médico, ya no hay espacio para más pacientes y quienes están internados allí sobreviven con ventilación mecánica ayudados por un equipo de tres médicos que es apoyado por enfermeras y auxiliares.
«Los síntomas cada vez están más agresivos; la disfunción de los órganos está cada vez más rápida; la rotación de las camas, cada vez más rápida porque están falleciendo antes, está muy complejo sacar (de la UCI con vida a) los pacientes en este momento», cuenta a Efe la médica Johanna Martínez, que trabaja en esa unidad.
Un ejemplo de ello es que antes los pacientes eran internados y podían hacer por sí mismos la «terapia de pronación, que es ponerse boca abajo conscientes» para mejorar su oxigenación.
«Duraban unos dos o tres días haciendo ellos solitos su terapia de acostarse boca abajo (…) En este momento no se está dando más de seis horas cuando consultan a urgencias y terminan en una unidad de cuidado intensivo», lamenta la doctora.
LA DIFÍCIL TAREA DE DAR MALAS NOTICIAS
Martínez, que vivió en carne propia la covid-19 cuando se contagió en septiembre del año pasado, confiesa que pese a que llevan más de 12 meses lidiando con la pandemia, todo sigue siendo «bastante complejo» porque «es una enfermedad que aún no tiene cura» y la gente no ha entendido su «severidad».
Tampoco ha sido fácil adaptarse a la nueva forma de elaborar «la información del duelo», que por el alto riesgo de contagio se hace a través de videollamadas.
«En este momento les podemos ofrecer videollamadas, les podemos ofrecer una llamada diciéndole: ‘mire estamos haciendo todo lo que podemos por su familiar pero infortunadamente no lo puede ver’. Y es muy complejo cuando uno no puede ver a su familiar en las condiciones en que está», afirma.
Los más difícil es que muchas veces la gente ve por última vez a sus seres queridos antes de que los intuben.
«Es muy triste, muy complejo, porque hemos visto pacientes muy jóvenes que dicen: ‘me van a intubar y ya casi salgo’ y resulta que no salen, entonces es duro manejar esa parte y dar la noticia de que el paciente definitivamente no salió», cuenta.
Justamente un caso de ese tipo es el que más conmovió a esta médica, que tuvo que ver morir a un hombre y a su hijo, a los que se sumaron dos familiares más.
«Eran el papá, el tío y dos hijos. Se quedaron sin cuatro personas de su familia por un paseo que hicieron en el puente de Reyes», rememora la mujer, que escuchó las súplicas de la esposa y madre de sus dos pacientes pero no pudo hacer nada para salvarlos porque «la severidad llegó y se los llevó, se murieron».
Es por ello que su llamado, y el de miles de médicos más que le ponen el pecho a la pandemia, es que para evitar nuevos picos la gente debe cumplir con las «normas de autocuidado».
«Nos puede ir mejor», vaticina.