En Amalfi, Antioquia, se apagó la vida de José Daniel Valera Martínez, un joven patrullero de la Policía Nacional, nacido en Barranquilla, que siempre soñó con vestir el uniforme.
Era uno de los trece uniformados que se transportaban en el helicóptero atacado cuando cumplían la misión de erradicar cultivos ilegales.
Desde niño había tenido claro su propósito: servir a su país, aunque eso significara cargar sobre sus hombros los temores de sus padres, quienes lo veían partir a cada operativo con el alma en vilo.
José Daniel nunca dejó de ser consciente del dolor que generaba en casa su elección de vida. “Sé que por esto ustedes viven angustiados por el riesgo que corro, pero Dios sabe el amor que siento por hacer mi labor y esto lo hago por ustedes y Colombia”, les repetía a su mamá y a su papá, como si quisiera calmar esa mezcla de miedo y orgullo que habitaba en ellos.
Su vocación no era solo un trabajo: era una forma de demostrar que la esperanza de un país mejor podía estar en las manos de quienes decidían protegerlo.
Hoy, su recuerdo no se escribe solo en las filas de la institución, sino en la memoria de su familia y de todos los que creen en la entrega desinteresada.
José Daniel partió joven, con sueños aún por cumplir, pero deja un legado marcado por la valentía, el amor a los suyos y la fe en un país que quiere ver paz.